El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince.
“Y si mis recuerdos
entran en armonía con algunos de ustedes…”, dice Héctor Abad casi al final
de este libro. Y es que El olvido que
seremos solo adquiere su auténtico valor si somos capaces de conectar emocionalmente
con las vivencias que la obra recrea. No resulta difícil porque es una creación
valiente, cruda y tierna a la vez, conmovedora, que suscita todo tipo de
sentimientos menos la indiferencia.
Héctor Abad reconstruye en la novela la figura de su padre y
su relación con él hasta el momento de su asesinato en Medellín, en plena
fiebre asesina y violenta de la Colombia de los 80. Este es el hilo conductor
de la obra que es la respuesta a una necesidad que el propio autor confiesa: “Es posible que todo esto no sirva de nada;
ninguna palabra podrá resucitarlo, la historia de su vida y su muerte no le
dará nuevo aliento a sus huesos, no va a recuperar sus carcajadas, ni su
inmenso valor, ni el habla convincente y vigorosa, pero de todas formas yo
necesito contarla “. Sin embargo, la obra es mucho mas y trasciende lo
personal para acercarnos el testimonio de una época, un país y un conflicto que
en algunos momentos adquiere los tintes de una auténtica tragedia griega, aunque
no haya oráculos ni dioses y sí humanos ruines y crueles.
Ante nuestros ojos vemos pasar la vida de una familia, con
su hermosura y sus dolores, con sus momentos de humor y sus desgarros. Y
también nos hace el autor una crónica “amena” de la historia de un pueblo. Sin
llegar a analizar profundamente las causas del conflicto (porque tampoco le
interesa) el testimonio directo de quien lo vive nos acerca esa realidad de una
manera palpitante. Además, la obra va
más allá de la imagen cruenta que tenemos asociada a la historia cercana de
Colombia, porque el autor nos hace llegar también la cotidianidad de una nación,
sus costumbres y fiestas, la realidad educativa y académica, la política (ay), la
religión siempre presente en la vida de este país, con un reflejo crítico que
nos suena a veces a Galdós y otras a Baroja. Desde la propaganda católica
llegada desde el imperio franquista que enarbolaba a la Virgen de Fátima como
bandera a la Teología de la Liberación tienen cabida en la prosa pulida de
Abad. La historia familiar y la social se trenzan continuamente sin que podamos
fácilmente separarlas.
Es innegable, no obstante, que el protagonista es la figura
del padre y la relación casi “maternal” entre padre e hijo. Hay otros
personajes portentosos, como la madre, Marta, algunos amigos de la familia… Pero
el padre se erige siempre como el motor de la escritura del hijo, sin que este
caiga además, además, en la tentación de hacer una mitificación del personaje que lo haría
directamente irreal.
“Yo amaba a mi papá
con un amor animal” nos dice el autor protagonista nada más empezar. Y una envidia esa relación y empieza a identificarse
(o no) con los sentimientos que inundan las páginas de la novela. Aunque no
compartamos el final dramático de la historia, todos tenemos, a cierta edad, enfermedades,
pérdidas, amores, relaciones familiares, historias ocultas, lugares que quedan misteriosamente reflejados en las vidas
que se pasean por estas páginas.
La novela nos muestra la figura de un hombre real, firme
defensor de causas sociales y derechos humanos, que paga con su vida el precio
de su integridad. Su imagen nos llega, además, no solo por la descripción del
hijo que lo revive, sino por sus propios textos recogidos en la obra: algunos, íntimos, como las cartas al hijo; otros, públicos,
como los artículos escritos por el padre. Los textos finales de Manrique,
Borges y Machado son las otras teselas
que componen un mosaico metaliterario de una enorme belleza. En todos los
casos, una escritura llena de emoción y verdad consigue sin aspavientos lo
único posible, conmovernos.
¿A quién recomendar este libro? No soy capaz de poner un
tramo de edad. La novela necesita a un lector o lectora sensible, a quien no le
importe a veces tener que demorarse en los pasajes más documentales, que sea
capaz en algunos momentos de cerrarlo, pensar y volverlo a abrir. A un lector o
lectora a quien no le dé vergüenza llorar con las palabras y que crea en la
fuerza de estas. Porque como dice Abad hijo “…
de mi papá aprendí algo que los asesinos no saben hacer: a poner en palabras la
verdad, para que esta dure más que su mentira”
Reseña elaborada por
Leonor Osuna Izquierdo, coordinadora del Plan de Lectura y Biblioteca
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