En este panorama sórdido, con la sensación de estar viviendo con una continua resaca de vino malo, que diría Machado, la cadena contra la violencia machista del Juande es un destello de esperanza. Sigue pareciéndome heroica. A pesar de las toses inoportunas, de las patadas de la de rosa, de las veces que se rompe la cadena (ojalá se rompiera en mil pedazos), de la ola que no estamos para ola...
Esta idea se le ocurrió hace seis años al señor bibliotecario de entonces cuando yo llevaba la Coeducación. Deseé con todas mis fuerzas que el director del centro nos lo prohibiera. No lo hizo. La cadena salió ese y los años siguientes menos uno en que una lluvia más insistente que la del pasado lunes nos obligó a sustituirla por un silencio absoluto dentro del centro que nos erizó la piel a quienes lo vivimos.
Le debemos este proyecto a ese profesor de ideas claras. Y al loco creador insigne dramaturgo que rezaba (es un decir) por que lloviera. Y a la perfecta profesora de Filosofía que nos ha dejado más solos que la una, joé (oye, que no se dicen tacos...). Pero también se la debo (y ahora hablo por mí) a quienes os habéis empeñado en que esto era posible sin la triada capitolina. A quienes, siendo nuevos y sin conocerme de nada, habéis salido a mojaros porque habéis confiado a ciegas. A quienes me habéis ayudado (más de los que yo misma me creo). A vosotras, alumnas, y a vosotros, alumnos, que con recelo o sin él, con suficiente madurez o en proceso, con ropas moradas o la intención de haberlas traído, le habéis dado la mano al de al lado (acto valiente, dice el insigne) y a la calle a hacer la cadena aunque llueva.
Quiero daros las gracias porque pensé que sin mis tres no podría. Pero hay algo más fuerte que la nostalgia, mucho más. La obligación moral. NO podíamos NO hacerla. Había 1028 razones. Y desgraciadamente habrá más.
Aquí está nuestra cadena. Y nuestro coro (nostalgia preventiva...). El montaje (y el cartel), del chaval de la biblioteca, por supuesto.