La niña que filosofaba nació de la pluma de un ilustrador que pensó en hacer dibujos mudos. Quino, el viñetista que hoy ha recibido el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, adoraba el arte silente de Buster Keaton. Por ese sendero siguió hasta que en una redacción de Buenos Aires le dijeron que el humor necesitaba palabras. Quino aceptó el consejo o la exigencia y llenó sus viñetas de nubes. A veces con diálogos socráticos, a veces con las palabras justas, como cuando Mafalda, la niña filósofa con sopofobia que convirtió a Quino en un dibujante universal, solo acierta a gritar:
-¡Paren el mundo, qué me quiero bajar!
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