El 5 de noviembre de 1963, en su habitación de la casa de la poeta y amiga Concha Méndez con quien vivía, se apagó la que quizás sea la voz más clara y rotunda de la poesía española contemporánea. Sólo él parecía "domar el rebelde, mezquino idioma" con la fuerza que su adorado Bécquer anhelaba poseer.
Murió el poeta malhumorado, el misántropo que, sin embargo, compartió con la escritora y su familia sus últimos años de vida en México,
país que lo acogió durante su largo exilio. Fue Paloma Altolaguirre,
hija de Concha Méndez y del también poeta Manuel Altolaguirre, quien
descubrió el cadáver de Cernuda en el suelo de su cuarto. Subió pensando
que le había ocurrido algo porque Luis Cernuda seguía las rutinas con
puntualidad. Se levantaba a las seis de la mañana, bajaba a prepararse
el desayuno y luego subía a trabajar en su cuarto. Era muy extraño que a
las ocho de la mañana aún no hubiera bajado.
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