Toda la semana amenazó lluvia. En las predicciones salían esas nubes tan tan grises que aseguran que van a caer rayos y truenos. El oráculo callaba. Y seguíamos preparando la cadena. A contracorriente. Y Marisa trabajaba incansable para que hubiera coro, con o sin lluvia. Yo deseaba más que nunca hacer la cadena. Era algo personal, confiteor. Mientras miraba unas veinte veces al día las predicciones, el oráculo callaba. Y el insigne rezaba jaculatorias laicas para que cayera lo más grande y no hubiera cadena (ay señor...) Modestia aparte se ofrecía para todo lo que hubiera que hacer aunque fuera soplar hacia arriba e impedir la lluvia. El oráculo callaba.
Un día me acerqué a Germán y le dije con mi inglés impecable de Oxford: "The last chain". Y él, con su impecable inglés de Cambridge, tradujo: "¿El último cambio?". Yo insistí (faltaría más...). Él desempolvó su inglés de Shakespeare... "¿El último reto?"...
No llovió. Se abrió el cielo como un regalo. Y salimos una vez más, muertos de nervios, ilusión y cuarto y mitad de miedo, a decir, mano con mano, que contra el machismo somos más. Y la cadena se cortó; y hubo algún que otro grito; y cosas que no salen como una quiere. Pero todas (y todos) sentimos que lo que hacíamos era algo grande y hermoso. Porque durante cuarenta minutos sentimos que es posible acabar con ese gigante que nos machaca.
No sé si será the last (one). Porque al fin y al cabo "che sarà, sarà..." Pero sé, estoy abosutamente segura, de que si hay una next (one) me sentiré igualmente radiante. Aunque me falte un cacho de mi alma de bruja.
El tiempo no nos podía fallar para culminar ese trabajo sordo que hace posible que la cadena y el coro unieran nuestras almas para enfrentarnos a ese monstruo principesco".
ResponderEliminarWonderful memories
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