9 de diciembre de 2019

El olvido que seremos


El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince.

“Y si mis recuerdos entran en armonía con algunos de ustedes…”, dice Héctor Abad casi al final de este libro. Y es que El olvido que seremos solo adquiere su auténtico valor si somos capaces de conectar emocionalmente con las vivencias que la obra recrea. No resulta difícil porque es una creación valiente, cruda y tierna a la vez, conmovedora, que suscita todo tipo de sentimientos menos la indiferencia.
Héctor Abad reconstruye en la novela la figura de su padre y su relación con él hasta el momento de su asesinato en Medellín, en plena fiebre asesina y violenta de la Colombia de los 80. Este es el hilo conductor de la obra que es la respuesta a una necesidad que el propio autor confiesa: “Es posible que todo esto no sirva de nada; ninguna palabra podrá resucitarlo, la historia de su vida y su muerte no le dará nuevo aliento a sus huesos, no va a recuperar sus carcajadas, ni su inmenso valor, ni el habla convincente y vigorosa, pero de todas formas yo necesito contarla “. Sin embargo, la obra es mucho mas y trasciende lo personal para acercarnos el testimonio de una época, un país y un conflicto que en algunos momentos adquiere los tintes de una auténtica tragedia griega, aunque no haya oráculos ni dioses y sí humanos ruines y crueles.
Ante nuestros ojos vemos pasar la vida de una familia, con su hermosura y sus dolores, con sus momentos de humor y sus desgarros. Y también nos hace el autor una crónica “amena” de la historia de un pueblo. Sin llegar a analizar profundamente las causas del conflicto (porque tampoco le interesa) el testimonio directo de quien lo vive nos acerca esa realidad de una manera  palpitante. Además, la obra va más allá de la imagen cruenta que tenemos asociada a la historia cercana de Colombia, porque el autor nos hace llegar también la cotidianidad de una nación, sus costumbres y fiestas, la realidad educativa y académica, la política (ay), la religión siempre presente en la vida de este país, con un reflejo crítico que nos suena a veces a Galdós y otras a Baroja. Desde la propaganda católica llegada desde el imperio franquista que enarbolaba a la Virgen de Fátima como bandera a la Teología de la Liberación tienen cabida en la prosa pulida de Abad. La historia familiar y la social se trenzan continuamente sin que podamos fácilmente separarlas.
Es innegable, no obstante, que el protagonista es la figura del padre y la relación casi “maternal” entre padre e hijo. Hay otros personajes portentosos, como la madre, Marta, algunos amigos de la familia… Pero el padre se erige siempre como el motor de la escritura del hijo, sin que este caiga además, además, en la tentación de hacer  una mitificación del personaje que lo haría directamente irreal.
“Yo amaba a mi papá con un amor animal” nos dice el autor protagonista nada más empezar. Y una  envidia esa relación y empieza a identificarse (o no) con los sentimientos que inundan las páginas de la novela. Aunque no compartamos el final dramático de la historia, todos tenemos, a cierta edad, enfermedades, pérdidas, amores, relaciones familiares, historias ocultas, lugares que  quedan misteriosamente reflejados en las vidas que se pasean por estas páginas.
La novela nos muestra la figura de un hombre real, firme defensor de causas sociales y derechos humanos, que paga con su vida el precio de su integridad. Su imagen nos llega, además, no solo por la descripción del hijo que lo revive, sino por sus propios textos recogidos en la obra: algunos, íntimos, como las cartas al hijo; otros, públicos, como los artículos escritos por el padre. Los textos finales de Manrique, Borges y Machado  son las otras teselas que componen un mosaico metaliterario de una enorme belleza. En todos los casos, una escritura llena de emoción y verdad consigue sin aspavientos lo único posible, conmovernos.
¿A quién recomendar este libro? No soy capaz de poner un tramo de edad. La novela necesita a un lector o lectora sensible, a quien no le importe a veces tener que demorarse en los pasajes más documentales, que sea capaz en algunos momentos de cerrarlo, pensar y volverlo a abrir. A un lector o lectora a quien no le dé vergüenza llorar con las palabras y que crea en la fuerza de estas. Porque como dice Abad hijo “… de mi papá aprendí algo que los asesinos no saben hacer: a poner en palabras la verdad, para que esta dure más que su mentira”






Reseña elaborada por Leonor Osuna Izquierdo, coordinadora del Plan de Lectura y Biblioteca


No hay comentarios:

Publicar un comentario