En 1994 la Unesco proclamó el 5 de octubre Día Mundial de
los Docentes. El lema de este año, “Valoremos al docentes, mejoremos su
situación profesional” parece un
sarcasmo. No hay más que darse una vuelta por los centros educativos de nuestro
país para comprobar la caótica situación que vive la enseñanza, y no me refiero
exclusivamente a la tan cacareada falta de
financiación, que es evidente, sino al desdén y la displicencia con que
la sociedad en general y los políticos en particular miran nuestro trabajo. No
solo no han mejorado nuestras condiciones de trabajo con el paso de los años
-no conozco a ningún colega que afirme lo contrario-, sino que incluso planea
en el aire una operación de acoso y derribo al docente. Hay que desmoralizarlo
para que trabaje mucho y mal, y así los educandos salgan de los centros
educativos con el encefalograma lo más
plano posible. Así no molestarán y no exigirán nada. Los gobiernos se
están frotando las manos con este panorama y solo de vez en cuando hacen el
paripé de rasgarse las vestiduras porque el partido rival dedica menos
presupuesto a educación y, claro, así son los resultados.
La educación es como el Latín; todos la
desprecian en el fondo y solo recurren a ella cuando quieren darse lustre. Se les llena la boca diciendo que hay
que invertir más en educación y sanidad;
proponen y ejecutan reformas sucesivas sin sentido y nos obligan a tragarnos miles de folios de palabrería hueca que ni ellos mismos se creen ni entienden; nos
asfixian con una burocracia kafkiana que a través de endiablados cauces
pretende darle siempre la razón a sus potenciales votantes -que no solemos ser
nosotros-. Se ha aprobado una nueva Ley de Educación que no gusta a nadie y la
han impuesto manu militari sin
considerar a nadie y menos a los docentes. ¿Hay quien dé más?
La educación de los
jóvenes se ha dejado exclusivamente en nuestras manos. Todo el mundo ha hecho dejación de sus deberes educativos y
nos ha encomendado que frenemos con virtudes heroicas ese tsunami de falta de
principios y de valores que impera en la sociedad y que se fomenta impunemente
por doquier.
Celebrar el Día de
algo significa normalmente denunciar que ese algo no va bien. Este caso tampoco
es una excepción.
Comparto las palabras de mi compañero Hipólito y voy más allá con una idea que explico todos los años a mis alumnos. Se suele decir que el sistema educativo no cumple la función que tiene encomendada y que de ahí llega el alto índice de fracaso escolar y la violencia generada en los centros. Creo que no es verdad; el sistema cumple perfectamente con aquello para lo que ha sido diseñado: crear generaciones de jóvenes sin conciencia cívica y sin pensamiento crítico. ¿Y para qué puede alguien diseñar algo así? Y contesto: Porque esos jóvenes reventarán las sillas de un aula o las de un campo de fútbol, porque esos jóvenes vocearán como machitos en celo en los pasillos del instituto o en un amanecer de borrachera; pero jamás tendrán instrumentos para enfrentarse con los poderosos, y carecerán de criterios, más allá de los que da la TV, para decidir por sí mismos cómo quieren ser y cómo quieren que sea el mundo de su alrededor.
ResponderEliminarAtrapados en su propia ignorancia, no saldrán del establo (escolar y social) que se les ha preparado y serán presa fácil de quienes, para mantener su status, nunca han mostrado escrúpulos en servirse de la estupidez ajena para su propio enriquecimiento personal. ¿Que esto es una exageración? Un ejemplo: el exministro Wert diseña la peor, a mi juicio, ley educativa de los últimos años, y la aprueba el Parlamento con todos los grupos de la oposición en contra. Pero el ministro tiene inmediatamente su recompensa: una vida regalada en París como embajador ante la OCDE. (Pueden pinchar en el enlace.)
A pesar de los dicho, también tengo que aclarar que una gran parte de mis alumnos son bastante conscientes de la situación e intentan formarse a pesar del sistema y de mí mismo; otros se conformarán sin pena ni gloria, ajenos a una vida más allá de sus propias narices; pero quienes hoy han levantado esa enorme algarabía entre la cuarta y la quinta hora son los auténticos hijos del sistema educativo: personas frustradas a quienes un centro escolar no ofrece más que las rejas de una jaula y palabras vacías en conceptos inservibles.
Enlace: http://www.elmundo.es/loc/2016/08/27/57c067cae5fdea99458b4623.html
ResponderEliminarHasta ahora he celebrado este día con entusiasmo y orgullo. Este año no. En esta ocasión me sienta como si esta efeméride fuera el "ea, ea, ea" de Seldom Cooper. Me falta la bebida caliente...
ResponderEliminarEncima he tenido que soportar la felicitación en las redes de todos los políticos y partidos de este país que hoy han sacado los "babis" de los armarios y han puesto cara de buenos para decirme: “felicidades, profe”. No sé al prójimo; pero a mí me molestan las felicitaciones de los estúpidos.
Idos a la mierda. Como estoy escribiendo un comentario y no una entrada, lo voy a repetir por si no ha quedado claro: idos a la puñetera mierda. Llevo toda mi vida luchando por la educación, creyendo en ella y dejándome la energía que a veces no tengo por que la cosa funcione.
Y sigo creyendo en ella. Y sigue funcionando a pesar de vosotros, políticos, politicastros, jefecillos y demás ralea administrativa, que no tenéis ni idea de cómo se educa en este país porque jamás lo habéis hecho y porque, como bien dice la entrada, no os interesa una población formada y crítica.
La educación funciona porque somos muchos y muchas quienes seguimos batallando a pesar de. Porque muchas familias siguen implicadas. Porque hay alumnos y alumnas que quieren ser y saber. Para de contar.
El espectáculo del baile de leyes educativas de la democracia ha superado con mucho el de los carnavales con lo que estamos viviendo actualmente: la laguna fangosa en la que unos y otros se enfrentan sobre una hipotética RevaSelectividad intentando convertirse en los héroes de unos jóvenes paralizados por la incertidumbre, el miedo y el hastío.
Me gustaría haber podido escribir una entrada como la de años anteriores, llena de esperanza y júbilo. Pero no. Estamos muy cabreados y tenemos derecho a estarlo. Una se cabrea por lo que le importa y no por lo que le da igual. Y que en esta ocasión nuestras palabras sean amargas no significa que nos vayamos a rendir. Eso quisieran quienes intentan domarnos.
¿Rendirse? Antes muerta. Me lo enseñó mi madre.