19 de junio de 2022

La casa de Bernarda

 


El teatro duele. Y respira. Nace, vive, pero no muere nunca. Al menos hasta ahora. 

Ha sido un años difícil. Y, como si fuera el corazón (y el hígado) del centro, en clase (¿clase?) de Teatro hemos sentido lo que siente un ser vivo cuando pasa por tantas vicisitudes. Risas, diversión, fatiga, encuentros y desencuentros, mareos, crisis, esfuerzo, llantos, emociones, sentimientos. Y trabajo, esfuerzo y más trabajo. Hemos representado tres montajes y este era el más complicado. A punto de tirar la toalla (y los trastos a la cabeza) en mil ocasiones, hemos aprendido lo más difícil: a superar las dificultades y a trabajar en grupo. Y el resultado, un efímero instante de una hora de ... teatro, puro teatro. 

Me siento orgullosa de mi grupo. Y también de mí misma. A pesar del dolor. Porque sentir que en este mundo difícil, extenuante y manipulado de la educación aún tengo ganas de más es para sentir orgullo.

Gracias a la compañía entera. Y a quien me nos hace carteles y montajes. A las familias que nos apoyan. A los compañeros y compañeras que nos siguen y nos valoran. Y cómo no, al público, siempre al público.